El tiempo

Dos años no es nada. Esta frase retumbaba una y otra vez en mi cabeza mientras cruzabas los arcos de la terminal del aeropuerto. Tu figura avanzaba de tal manera que desde lejos podía percibir tu esfuerzo por evitar volver la cabeza hacia mí.
Semanas antes de tu marcha nos olvidamos del sentido común, lo abandonamos adrede para convencernos de que dos años separados por tres mil kilómetros no era tiempo ni espacio suficiente para dejar en el pozo del olvido todo lo vivido hasta ese momento. “Tenemos el teléfono, el correo electrónico, incluso podemos explorar con lo más novedoso de la tecnología de las relaciones interpersonales”. Con esa inocencia engañábamos la desazón previa a la inevitable despedida.
Dos años después, miro por la ventana y veo mi vida correr por el jardín y no puedo evitar recorrer de memoria todo lo ocurrido desde nuestra no despedida en el aeropuerto.
Mañana volveré a verte.
Dos años después, vuelvo a estar delante de ti; en el mismo lugar donde nos conocimos, intentando convencerme, intentando convencerte de que en dos años ha pasado toda mi vida.
Y todo a pesar de que la expresión de tu rostro no ha cambiado nada, tu voz suena igual y tus gestos siguen siendo los mismos.
¿Es posible que toda una vida se resuma en dos años?

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